Quizás recordéis un artículo sobre el pececillo de plata. Dicho bichito es peculiar porque es capaz de sintetizar celulasa, un enzima que puede romper la celulosa (plantas, papel, madera…) en sus fragmentos de glucosa y a partir de ésta obtener energía.
En ese artículo hablábamos también de lo raro que es que un organismo sintetice sus propias celulasas. De hecho, la mayor parte de seres vivos que se alimentan de vegetales la digieren gracias a enzimas que producen bacterias que viven en sus intestinos. Pero existen, como digo, excepciones. Y una de ellas es la termita marina o «gribble«.
Durante años ha sido la pesadilla de los marineros porque destrozaba las estructuras de los barcos. Pero ahora muchos investigadores (ingleses, sobre todo) le han echado el ojo. La celulosa es el polímero más abundante del mundo. Que el gribble la degrade a azúcar es el primer paso para su posible utilización como biocombustible. Este azúcar es fácilmente convertible a alcohol y éste es la base de los biocombustibles (muy usados en países como Brasil) por un proceso de fermentación alcohólica (como el de la fabricación del vino o la cerveza).
Lógicamente, la idea no es usar madera para degradarla a biocombustible (de ser así apañados iban los bosques) sino aprovechar los desechos de paja, trigo, cebada y otros cereales que no son usados en alimentación.
Una idea para el futuro es preparar catalasas sintéticas en cantidades industriales (hasta ahora sólo se ha producido a escala de laboratorio) para que seamos capaces de degradar tejidos vegetales a glucosa (y a etanol, por tanto) sin tener que recurrir al amigo gribble directa o indirectamente (extrayendo de él la enzima).
Fuente: BBC Mundo
Imágenes: Wikimedia Commons y elaboración propia